Dicen que juntándose unos cuantos curas de varios pueblos linderos para oficiar la misa de la fiesta grande de uno de ellos, cuando hubo terminando el santo oficio se fueron a otro, no tan santo pero más gratificante físicamente, unos buenos lechazos, unas ensaladas y para limpiar y enjuagar la legua y tener en buen uso la herramienta de comunicación unas jarras de vino, no dulce como el de las misas pero que relaja el espíritu que no veas. Salió a conversación el tema de los casamientos de curas, esa cantinela de siempre, los ánimos se iban caldeando entre los que apoyaban y los que no y el vinillo calentaba el ambiente. Pasando el cantinero que les estaba atendiendo en la posada oyó decir: -Bueno, yo os digo lo que me parece, nosotros somos ya mayores y no lo veremos pero nuestros hijos a lo mejor si.


Ermita de Frades. Se dice que: ¡Quien ha estado en Frades ha estado en todos los lugares!


Dicen que en el pueblo ya era de dominio público. ¡El cura y su ama de llaves se acostaban juntos! ¡Pero, que pasa, eso siempre fue así! Por desgracia, parece que llegó a oídos del Señor Obispo y, claro, eso ya era harina de otro costal. ¿Como suavizarían el tema? El ama de llaves se veía en la calle después de tantos años de esa coyuntura con el cura y entonces el cura, muy suyo, le dijo: - mira, seguiremos como siempre, eso sí tu veras. ¡Si te quedas, te quedas, pero como te quedes te vas!