Antonio nació ya con siete años, una cayada en su mano, unas alforjas colgadas de su hombro y veinte ovejas a su cargo, sus pantalones de pana con tantos agujeros como remiendos en ellos, su chaqueta, del difunto tío Julian, que un poco antes de enterrarle se la quitaron -A buen seguro a su sobrino Antonio le quitara más el frío -dijo su hermano al quitársela-. En el infierno el tío Julián no la necesitara- y con una manta de pelo y unas albarcas pasó su juventud por los campos junto a sus ovejas, la Carasucia, la Estreñia, la Lindera, la Faldera... todas tenían nombre y hasta algunas apellidos, la Estrecha Afligida, la Viciosa del Portillo... y es que todas tenían su personalidad o eso decía él.
Un pastor tenia que conocer su ganao hasta desollao. Y es que Antonio era un pastor de los de antes: los mejores brotes de hierba eran para sus ovejas, los manantiales más frescos y trasparentes también. Su vida dependía de las vidas de ellas, los compañeros de fatigas eran sus perros, el Rubio, inquieto como una comadreja, delgado como un silbido y vivo como ninguno, y a su otro compañero le llamaba el Dientes. -¿Pero como querías que le llamara? mírale, la verdad es que bien y mal mirao solo se le ven dientes y mal puestos-.


La vida de Antonio trascurría en la más anónima de las existencias, le gustaba subir a la colina Castillejos. A los pies de dicha colina discurría la autopista y como ensimismado se quedaba horas pensando al ver pasar tanto vehículo y cavilar historias. -Ahí va ese, vaya pedazo de coche, si nosotros tuviéramos ese y no el Cuatro Latas, a lo mejor hasta ligábamos, bueno yo, por que a ti, a pesar de lo feo que eres, no se te da mal. Mira Dientes ese es de Francia, lo pone en la lona, seguro, seguro, que no vuelve a casa en toda la semana y le estarán esperando, sus hijos y su mujer, tiene que ser duro eso de camionero, pero por otra parte fíjate de país en país, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y no nosotros que na más salimos que al pueblo de al lao y a la ciudad cuando nos ponemos muy malos. Dientes fíjate en ese que descapotable y que gachis lleva, tendrá más dinero que nosotros ¿o no? ¡Si yo tuviera dinero seguro que también tendría una gachis como esa! ¿Qué te parece  dientes, acaso no tengo razón? Entonces, ¿por que gruñes? Tenía que ser la Lindera mira donde va, que jodía oveja descarriá es solitaria como nosotros-.

Antigua tenada del pueblo abandonado de Villaveses

En su tenada, ni una pizca de argamasa, levantada con las piedras de los alrededores refugiaba su vida, las de sus ovejas y los perros, era su mundo, su universo. 
El conocía cada hierba, cada piedra, cada árbol, cada guarida de bicho del campo y, sobre todo, el tiempo en cada estación del año, apenas aprendió a leer, pero era un gran soñador, soñaba despierto con visitar ciudades donde la vida le fuera mas fácil, esto le fascinaba, conocer gente y sobre todo alguna chica con quien tener compañía y charlar. Anhelaba una chica que le diera compañía, que le esperara en casa a su vuelta, que su casa no fuera tan vacía como desde la muerte de sus padres, que su casa fuera hogar y que su perfume a mujer recorriera todos los rincones de su casa y de su alma. Necesitaba ser querido por alguien, reconocido su trabajo y esfuerzo y, porqué no, hijos, pero... ¿para qué? Llevar esa vida que llevaba él, por dios, ni al mejor enemigo. -Día a día el ganado necesita atenderle y dejas la vida y cuando te quieres dar cuenta tienes cuarenta años, y cuarenta años con el mismo y un único recuerdo-.  
Un cierto día, el Antonio pensó que le había llegado su momento, un cambio de vida, y muy de mañana, cogiendo la vereda, enfiló camino a Cantalejo, no si antes cuidar a su rebaño y llevar un poco de pan duro y las sobras de la cena de la noche anterior a sus perros, el Dientes y el Rubio.Fue a ver a su amigo Juan, otro pastor, al cual le propuso la venta de su rebaño, el Juan era un caprichoso y siempre envidió el ganado de Antonio, el trato llegó con sus más y sus menos, un apretón de manos y un trago de la bota, y el pastor Antonio dejó de ser pastor para ser Antonio, sus sueños se harían realidad, su vida comenzaba.

Refugio de la zona de Castroserracín


El día de su partida no fue fácil, esa mañana llegó Juan con un camión para cargar sus ovejas, dóciles, una a una, subieron por la rampa de carga del camión, sus amigos de fatigas, el Rubio y el Dientes, muy nerviosos ellos, no encontraban su lugar, eran parte del trato sin saberlo. Antonio con una cuerda les ató del cuello y se la cedió a su nuevo amo, sin mediar palabra volvió la espalda y se encaminó a su casa sin mirar atrás, no quería que los allí presentes le vieran llorar, su imagen para los demás  fue siempre de hombre rudo del campo, sabia muy bien que el campo impone sus normas y no perdona los errores, no es para simplezas. Sus perros si miraron como se alejaba, con esos ojos fieles a su amo, a su amigo, que solo ellos tienen.
Esa misma tarde, después de arreglar los demás asuntos económicos, con un buen fajo de billetes en la cartera y su mejores galas, emprendió su marcha en un autobús a la capital, Madrid. En el viaje, de apenas dos horas de trayecto, los campos fueron desapareciendo para dar paso a grandes naves industriales y a lo lejos ya divisaba esas grandes torres que como termiteros invadían un cielo ya no tan azul como su vista le tenía acostumbrado a ver. Encantado por la visión, no dejaba de chocarle todo que veía, coches y más coches, edificios y más edificios, pugnando todos por ser los más altos, gentes y mas gentes.

Refugio de pastores de la zona de las Hoces de Duratón


Antonio se sentía pletórico de esa visión, nada parecido a verlo por la televisión del bar. Un hostal encontró con algún que otro apuro, las gentes de ese lugar tenían prisa por todo, no respondían a sus preguntas buscando su alojamiento temporal. El era avispado, pero en su medio, -esto es caos -pensó, -pero ya me iré adaptando-. Su imagen de pueblerino le delataba a cada paso que daba, tranquilamente paseaba por ese enjambre que le parecían hormigas del campo, -cada una a su labor pero sin reparar -pensaba él -en lo que hacían. Esas miradas perdidas, esa soledad entre tantos, tampoco reparó él por donde caminaba, una calle, otra, otra más, era un bosque de edificios. Un señor bien plantao le salió a su encuentro, solo una simple pregunta -¿buscas algo?- -Por fin, después de unos días en este lugar alguien me dirige la palabra-, aunque él estaba acostumbrado a la soledad del campo, pero por necesidad claro, le extrañaba que la gente, siendo de la misma ciudad, no hablara entre ellos ni se saludaran, allá donde fueres haz lo que vieres. 
-Pues si, vengo del pueblo a conocer... 
-Pues yo tengo amigas a quien puedes conocer. ¿Como te llamas?
-Antonio y soy...
-Mira, esta es Lucia y aquella Lola. ¿Te gustan mis amigas?
Escueta charla para un romántico ávido de compañía y cariño, un submundo desconocido abre sus puertas ante él, donde se refugió abriendo su corazón a la primera chica que nombró a Antonio con ternura. Fue su primer beso, su primera visión de un cuerpo de mujer desnudo ante él, sus primeras caricias a los  pechos de mujer, su primer amor, su primer rencor, pues su primer amor duró tanto como sus ahorros de toda su vida.


Interior de uno de los refugios,les hacían ellos mismos y la puerta siempre dirigida contra
vientos y tormentas del lugar

Desahuciado, alcoholizado, arruinado como hombre, vagabundeó unos meses por esa tela de araña, de la que nunca creía que se desprendería. Aquella mañana despertó de una noche cualquiera en un banco cualquiera, de una borrachera más, ya daba todo lo mismo, vio que alguien le estaba mirando fijamente a sus ojos tan cerca que olía su aliento, esos ojos, esa mirada perdida. ¡No era más que los ojos de un perro, vagabundo como él y recordó y recordó su antigua vida en los ojos de ese perro a sus perros, el Rubio y el Dientes, y buscó y buscó junto a ese nuevo amigo de fatigas campo, cielo azul  y libertad.
Antonio recobró, no sin mucho esfuerzo, su antigua vida, una nueva piara de ovejas y, sobre todo y ante todo, a sus antiguos amigos el Rubio y el Dientes, ellos, siempre fieles, no le habían olvidado. En el primer reencuentro con ellos no refugió sus lagrimas al recobrarlos y sentir esos lametazos sinceros y sin rencores en su cara.
Acompañados por su nueva amiga que puso de nombre Esperanza, continúan por los campos segovianos en esa labor tan esclava y tan poco reconocida, y de nuevo, desde el alto de Castillejos:
-Mira Dientes lo que dice el transistor, dice que en el mundo tenemos tanta cantidad de agua como en su creación, tu que pareces inteligente ¿que opinas? -Y el Dientes levanta la cabeza y mira a Antonio con ojos de escuchar para seguidamente volver a dormitar sobre sus patas, -ya lo sabia yo que tu tampoco te lo creerías ¿Verdad ? ¿Y cuando dicen que todo era un volcán y todo era un fuego y no había ni mares? ¿Donde se metió el agua? A ver, Dientes ¿donde? -y el Dientes en un duerme vela no dice nada solo sueña.

¡Pero! ¿donde fuiste mi buen 
Antonio?

a conquistar doncellas por esas 
tierras de Madrid

caballero sin caballo y 

sin lacayo

pirata sin velero y sin botín

confundiste la luz de una 
farola 

con la luna llena de abril.




Con este pequeño relato quiero reconocer la labor de los pastores, esos sabios del campo, y de su ganado, y compartir esas medallas de figones y asadores segovianos con ellos, los verdaderos protagonistas de ese lechazo tan exquisito.