Cuentan que el avaro Otoño, perseguido por el Verano, iba huyendo aquella noche con su preciado botín de dorado oro, robado de los campos de trigo de Castilla, tan apresurado iba a su refugio en una de las cuevas de las hoces del Duraton, que su inmenso zurrón se rasgó en el campanario de la iglesia del Salvador de Sepulveda, esparciéndolo por toda su ribera.
Los chopos, altivos y elegantes como ninguno, se apropiaron de ello, para engalanarse y lucirse, para los que por allí pasaban, pero su ego llegó tan lejos que la pesada carga de sus hojas no pudo resistir y poquito a poco se fueron cayendo al suelo para quedar desnudos y es que la avaricia siempre rompe el saco.
Dicen también que en tiempos pasados un pastor encontró la cueva donde el Otoño atesoraba su preciado botín, cargo tanto las alforjas de su burro que se despeño cayendo al río, y, de nuevo, el dorado mineral se esparció por el río Duraton y de nuevo digo, la avaricia rompe el saco, y aunque el Duraton no refleja rayos dorados, brilla siempre con luz propia, la luz de la humildad.