Aquella mañana tampoco llegó, estuvo esperando toda la mañana sentado bajo la encina, en esa piedra aparente casi para esperar. -Otro día vendrá- se dijo, y poniéndose su sombrero de paja y agarrándose a su garrota se encaminó a casa en ese día de verano que para Luis fue una mañana más, como otra cualquiera, eso si, algo cabizbajo, llevaba ya esperando la visita algún tiempo, -sus razones tendrá para no venir- y frunciendo el ceño siguió su camino, camino entrecortado y lento, entre enebras centenarias, ya recorrido ¡¡ tantas veces!!.
Por la tarde, después de echarse una buena siesta, Luis se paseaba un ratejo por la ribera del arroyo que por su pueblo serpenteaba, Matajudíos le llamaban, él muchas ocasiones se preguntaba el porqué ese nombre a un arroyo, pero después de cavilar un rato terminaba diciéndose, -sus razones tendrían los antiguos para ponerle este nombre- y, poco a poco, pasaba el día, las semanas, los meses, en fin, el tiempo, sin sorpresas ni sobresaltos, simplemente pasaba, que no es poco. Ya cuando la tarde caía se pasaba por el huerto, tenía cuatro plantas de tomate, unas de calabacín, unas sandías y melones de los de antes, cuyas simientes recogía él mismo el año antes, y también acelgas y, como no, berzas con las que estaba encantado viendo su vigor. Del mismo arroyo, por un senderillo, bajaba y cogía, con un cubo de hojalata, el agua para regar su huerta, le resultaba muy grato el huerto y se le pasaba el tiempo más entretenido.
Cuando terminaba de arreglar y regar la huerta Luis se sentaba sobre un tronco caído, ya tan viejo como él, y allí de nuevo veía pasar el tiempo, los recuerdos de su vida se agolpaban en su mente. Como tantos otros de su pueblo y de la comarca, tuvo que abandonarlo allá por los años sesenta, se resistió todo lo posible, pero en una fábrica de Madrid se empleo hasta que vino al pueblo con su mujer cuando él se jubiló. Ella ya falleció hace unos años, su corazón ya no soportó un minuto más, sus hijos se quedaron en Madrid, pertenecían a esa gran colmena. Poco a poco, cuando la luz del sol se escondía, Luis mecánicamente, se colocaba su sombrero de paja y de nuevo se encaminaba hacia el pueblo con sus pasos entrecortados y lentos para ya meterse en casa y no aparecer fuera de ella hasta la mañana siguiente, bien prontito eso si, le gustaba madrugar, o no le gustaba estar solo en casa. El reloj de pared heredado de sus padres con su tic-tac, tic-tac, le martirizaba, hacia todo lo posible por quitárselo de su mente y aunque no le apeteciera nada para cenar, él se ponía a hacerse algo en la cocina, nunca le gustó, tampoco tuvo oportunidad de hacerlo, su mujer María le atendió y sacó a sus hijos adelante como pudo, eran otros tiempos, pero la echaba mucho de menos, y en lo que menos en esos menesteres, se sentía muy solo, las noches eran eternas, la Dama Soledad se instaló ya para siempre en su casa,tan silenciosa ella, de tan pocas palabras, y hace tan poca compañía.
A María, su esposa, la conoció en las fiestas del pueblo, era del pueblo de al lado y vino a casa de unos familiares a pasar las fiestas, quien lo diría, desde que se conocieron fue ya parte de su vida y, para siempre, única e irreemplazable.
Terminada la cena, que podía durar casi una hora, recogía la mesa con la tranquilidad que le daba toda la noche, y con la amargura de tener que acostarse para no dormir apenas, la echaba mucho de menos, por egoísmo él hubiera preferido ser el primero, pero la vida no tiene ningún acuerdo con la muerte, Luis no se acostumbraba a ver esa casa tan vacía, tan silenciosa, se sentía prisionero en una cárcel de barrotes de frustraciones, soledad y amarguras… y ese maldito reloj… no para con su tic-tac, tic-tac, pero Luis no le forzaba a pararse, tal vez la molestia que tenía con él era lo poco rápido que marcaba su tiempo.
Pero la fatiga de sus años y la tranquilidad que le daba recordar en esos rincones ya casi olvidados del pasado, lograban dormirle. Esa noche soñó que por fin le llegaba la visita tan esperada, nunca pensó que fuera tan hermosa, vestida de un vaporoso blanco virginal, veía como se acercaba a él en la compañía de su amada, tantos años, esposa. La llevaba de la mano, la cara de María tenía la edad de cuando le dejó solo, pero irradiaba la felicidad de una novia junto al altar, no hubo palabras ni gestos por parte de ninguno, simplemente una lágrima recorrió la mejilla de Luis al sentir como cogía María su mano.
Luis siempre se preguntó como sería esa, su última visita. Durante su vida tuvo alguna que otra visita de alguna que otra dama con diferentes reputaciones, en sus primeros años de casado y con un hijo ya, le visitó la Dama Amargura, días duros de hambre, fue difícil echarla de su casa pero lo consiguió gracias a un gran caballero luchador llamado Tesón. La Dama Envidia nunca le visitó, Luis era muy consciente de su ser y de hasta donde podía llegar. La Dama Pasión se instaló para siempre en su vida, ¡como no sentir pasión por la vida y por todo lo que te rodea! La Dama Felicidad, esa si que es una señora dama, le hizo llorar muchas veces, el día de su boda y en el nacimiento de sus hijos y nietos, pero la perdonó esas lagrimas.
Tic-tac, tic-tac, el reloj despierta a Luis con un gesto de amargura, -los sueños, sueños son- piensa, pero con gusto no hubiera despertado. Como tantos días y años atrás, se viste y emprende su paseo mañanero por el camino, entre las sombras de las enebras, que le lleva al cementerio.
Se cruza con su vecina la Luisa, como todos los días, que viene de rezar a su marido Antonio, la saluda, pero no recibe respuesta, malas jugadas nos hace a veces esta cabeza, -¿lo habré pensado solo, o no me habrá oído?-, Luis estaba aun un poco confundido con el sueño, no hacía más que pensar en ello, se sentía algo diferente y aturdido.
En el cementerio rezó en la tumba de su esposa y como tantos días, como si ella le oyera desde allá donde estuviera, le contaba sus cosas, cosas sin importancia la mayoría de las veces, en esta ocasión le contó su sueño, y una nueva lágrima recorrió su mejilla, tal vez fue una lágrima de reproche contra esa dama que no le visitaba.
Poco a poco, y apoyándose en su sufrido bastón, emprendió el camino abajo hacia el pueblo, camino lento y carente de emociones, todas se descargan cuando se llega a ese destino, cuando se baja ese camino solo tienes un vacío. A lo lejos ve el pueblo y nota que algo pasa diferente a otros días, ve a sus vecinos algo alborotados y coches junto a su puerta, se sobresalta al acercarse y reconocer los coches de sus hijos, la voz de su interior le desgarra el alma, -¡Dios mio!- exclama, -¿que pasará?-, Luis no comprende lo que ve, tampoco asimila lo que siente al ver a sus hijos llorando y ver llegar un coche fúnebre y bajar un ataúd y meterlo en su casa. -¡Dios mío!, es para mi-.
-La visita tan esperada fue real, no fue un sueño, mi historia se vuelve a repetir, dejé mi corazón en mi pueblo cuando tuve que partir de él y ahora soy prisionero de él en cuerpo y alma, la Dama Muerte no cumplió lo pactado con la vida. ¡Dios mio, libérame!-
2 comentarios:
Grande Fernando!!!, como siempre llegando al corazón con tus palabras.
Que pena que ya no publiques este blog, de vez en cuando lo visitaba para ver tus buenas historias y fotos
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