Hace ya meses que se fue su último vecino, Antonio, parecía que nunca llegaría pero ahí estaba dando vuelta de llave a ese cerrojo de la casa que le dejó en herencia su padre por ser primogénito. Allí nacieron sus hijos, esos cuatro que junto a su madre esperan esta mañana áspera, para su gran viaje. Nunca salieron del pueblo, allí tenían lo primordial asegurado, el huerto, la vaca, un cerdo y unas gallinas y unas pocas tierras les aseguraban el sustento, los jornales para el señorito completaban los demás gastos, pero este invierno fue diferente, los jornales desaparecieron, esa máquina que trajo hace el trabajo de muchos jornaleros. Poco a poco se fueron marchando, Juan, el Luis, Timoteo con siete hijos que alimentar, a ver que iba a hacer, no volvieron ni de visita, el Fanegas, de vez en cuando, se pasa por aquí, vive en el pueblo de al lado. Parece mentira con lo que era este pueblo, que función teníamos, que armonía veían los familiares de otros pueblos, esos ya también se fueron. En las maletas lo imprescindible, unas mudas, un poco de ropa y ese traje de la boda, nos hará falta en la capital para buscar trabajo, aquí se queda el carro casi nuevo, la aventadora, la segadora, cuantas fatigas para conseguirlo y mira ahora..... para nada. Pero se quedan otras cosas que le rompen el corazón, media vida dejaba en ese pueblo. Última vuelta de llave y en un bolsillo de la chaqueta de pana la guardó, creo que no me equivoco, pero no la volvió a usar. Teodoro y María se miraron al dar la espalda a su casa, pero no se vieron, sus lagrimas no se lo permitieron, juntos enfilaron el camino, andando, hacia el pueblo donde cogerían el autobús para no volver.