Que triste es a veces no poder elegir tu propio camino, y en ocasiones tus huellas aun recientes sean borradas, otros eligieron y eligen por ti, otros creyeron que su camino era el único, el correcto, el que debías de recorrer y sin mirar atrás lo recorres, porque si miraras atrás no serias ya más que una estatua de sal, sin más, tu opinión, como persona libre, con propia identidad, no cuenta, no eres más que una estatua de sal, un borrego mas del rebaño, solo los brotes frescos y verdes son para los mas intrépidos.
Mi camino es humilde, es un camino largo y lleno de una historia ya pasada, de pasos lentos y meditados
Los caminos del pasado se esconden bajo las tierras del labor, otros en el olvido, ignorados y cambiados por intereses creados.
Hubo pueblos que hicieron caminos y caminos que hicieron pueblos,

Caminos de polvo,barro y cruces relatando nuestro pasado a nuestro paso, campos de barbecho y de tierras preñadas, de trigos acunados por la brisa del amanecer y amapolas cascabeleando con el viento del atardecer, Castilla la Vieja es un pueblo tras otro, de torres altivas en el horizonte,de bellas facturas y ojos hermosos de medio punto mirando a los cuatro puntos cardinales, descansando sobre ábsides decorados por hábiles canteros.
                                          MI CAMINO DE SAN FRUTOS
Aquella mañana partió hacia una nueva vida, un nuevo lugar donde vivir, aun desconocido para él, vistiendo su sayo y en sus pies unas sandalias, como equipaje un zurrón repleto de desolación por la muerte de sus padres, en su mano derecha un báculo que ya siempre le acompañaría, una imagen que perdura en la actualidad de nuestro santo segoviano. Las calles de Segovia a su paso le resultaban mas frías que nunca, siempre le resultaron frías pero ya nadie ni nada le sujetaban a esa gran ciudad,cruzó sus murallas,a veces protegen,en ocasiones te hacen prisionero, su búsqueda comenzaba sin vuelta atrás, todos sus bienes junto con los de sus hermanos fueron regalados a los más humildes de la ciudad.
Una ultima mirada desde la vía roma hacia el acueducto signo de opulencia y poder, bello, si, ¡pero cuantas vidas quedaron entre sus cimientos! Cruzo el río Eresma sin querer, sin sentir que bajo sus pies la vida seguía su curso, tanto estando él como si no, todos somos prescindibles , solo el individuo se cree imprescindible, se cree único en el mundo.
Su caminar no está exento de gentes que se cruzan buscando el refugio de la capital, carros, jinetes armados y desalmados, y los más, los desheredados, a pie, como él pensó, ya la diferencia es notable, empiezo a ser uno más, no hace unos días mis trayectos se hacían por calzadas en confortables carruajes tirados por bellos y engalanados caballos.
Encerrado en lo más íntimo de su interior, no se daba cuenta ni tan siquiera de las horas que llevaba caminando, ya las gentes no se cruzaban en su camino, caminaba y caminaba sin ruta predeterminada, sin un lugar fijo de llegada, tampoco el tiempo importaba, solo huía, dejando atrás todo lo pasado ¿Desengaños tal vez? ¿Incomprensiones de adolescente? ¿Rencores? ¿o simplemente diferencias con toda la sociedad de explotadores, entre los que él  se encontraba? En su gran casa tenían dos familias como sirvientes, en su educación no le permitieron nunca tener relaciones con ellos, nada más que las estrictas de amo, pero a escondidas jugaba con el hijo de sirviente, su gran amigo de infancia, nunca le olvidará, ni olvidará ese mal día cuando sus padres obligaron a su amigo a irse de su casa por encontrarles jugando juntos, nunca tubo respuesta a su pregunta -¿por que no puedo jugar con él?-que cruel es la madurez.
La noche se echaba y despertó de su letargo interior, notando que sus pies doloridos necesitaban descanso y su cuerpo algo de comer y beber, no muy  lejos divisó el cauce de un río o arroyo en un valle, junto a este una fuente donde saciaría la sed de su cuerpo, pero no su saciedad de espíritu apenas liberado, un pequeño abrigo que hacia un saliente de rocas sería esa noche su alcoba, duro colchón, acostumbrado a la lana bien mullida y las sabanas de lino,dura y fría noche, lejos de su hogar por primera vez, lejos del amor de sus padres ahora tan recordados, pero confiado en su futuro incierto.
Sufrió la noche en la más absoluta soledad, su decisión no tenía retorno y acurrucado bajo su sayo quedó tan dormido que ni los aullidos de los lobos, ni las alimañas, perturbaron sus sueños de jovenzuelo que era, solo escucho el canto de un ruiseñor y asomándose descubriendo del rebujo del sayo un poco su cara vio que con su canto solo le daba los buenos días. Fue una noche fugaz, la mañana le pareció la más azul que jamás había visto, era los principios de la primavera, los pajarillos de ese paraje, para él nunca visto, canturreaban sin cesar. Acercándose al manantial bebió de ese agua tan cristalina y pura como el amanecer, solos el cielo, los pajarillos, la tierra bajo sus pies y él, se sentía pletórico y agachándose para echar un buen trago de agua vio que a su lado una pareja de jilgerillos bebían con pequeños sorbos de ese mismo agua junto a él, -preciosa escena- pensó mirándolos con esos ojillos de adolescente. Sentado sobre una piedra junto a la fuente sacó del zurrón un poco de queso y una hogaza de pan, alguna lavandera se acercó al festín que allí veían desde los árboles de la ribera y mirándolos con ojos enternecidos compartió con ellos un poco de pan -también son hijos del creador- y alborotados comieron sin ningún miedo.
Su caminar no terminaba allí, en ese lugar tan bello y agradable, no se sentía lo suficientemente puro para compartir ese lugar y emprendió de nuevo su paso abandonando ese valle.
 La soledad volvió a ser su compañera de viaje por los páramos, el sol del mediodía ya calentaba y presagiaba tormenta aunque él no era hombre de campo para saber que una gran tormenta le sorprendería unas horas más tarde y sin lugar donde refugiarse. El cielo se tornó tan negro como las entrañas de una cueva y lanzó tantos rayos y truenos que parecía haber llegado el fin del mundo, como pudo resistió los embistes de la naturaleza, sintiendo que él no era nada ante tanto poder, apenas otro ser más, pero más indefenso que cualquiera de los que vagaban por esos campos.Esa noche durmió al raso,calado hasta los huesos,y sin ninguna protección,como compañía,la dama Soledad con su aliada e incondicional juventud,velaron su descanso y sus miedos.
Amaneció un nuevo día,un nuevo camino por recorrer,en su caminar vio villas, pero no queriendo perturbar de nuevo su espíritu, por ninguna pasó, vadeó un nuevo río que con las crecidas del deshielo era peligroso no cruzar por los puentes que los del lugar hicieron para ello, pero le incomodaba un poco la mal llamada para él, civilización. Algún día  pensó  no sentiré miedo porque mi alma ya estará curada-. Difícil interpretar los condicionantes que llevan a un joven sin pecado ninguno a sentir de esa manera, solo se puede hallar una respuesta siendo él, por eso nunca entenderemos a nuestros congéneres pero no por ello no respetaremos sus principios, tan válidos como los de cualquier ser humano..
Al atardecer, ya casi de noche, aquella jornada estaba ya tan cansado que junto a un río y debajo de unos arboles se abandonó al descanso, no sin antes mirar a su alrededor y al cielo, mil estrellas le cobijaban y la luna apareciendo por entre esas paredes rocosas  que como gigantes, abrigaban a un lado y a otro del río a cientos de ruidosos animalillos. La luna tímidamente apareciendo entre esos gigantes se reflejaba tan temblorosa en el agua del ese río, como nuestro caminante al no ver cuanto le rodeaba.
Un nuevo día nació, un nuevo despertar a la vida, una nueva jornada de búsqueda, a veces nos alejamos demasiado en nuestra búsqueda, pero en soledad, lejos de todo lo que nos contamina, es mas fácil encontrar lo que buscamos y... ¿lo encontraremos en nuestro interior? tal vez.
 Sorprendido de ver lo que sus ojos veían con esos primeros rayos de sol, se levantó de su socorrida cama, los gigantes eran rudos pero con cierto encanto e incluso hospitalarios pues entre sus recovecos cientos de aves anidaban. Prisionero entre los gigantes un río buscaba libertad en ocasiones y otras se dormía plácidamente a la sombra de los árboles de ribera que por doquier allí se encontraban, peces navegaban por sus aguas que vestían la ribera de un verde esperanza, decidió seguir la libertad que las aguas le emplazaban a seguir y después de un fugaz desayuno se dejó seducir por el rumor de esas aguas siguiéndolas río abajo, los gigantes pétreos, el río, la vegetación, la fauna que allí vio le hicieron prisionero de por vida, su búsqueda terminó, sobre una península que aún en honor a él lleva su nombre. Vivió allí hasta su muerte sin abandonar nunca ese lugar llamado la Península de San Frutos.
                                                                    Espirdo        
                              Ermita de Veladiez ,canecillos y portada románica junto a una necrópolis visigoda.
                                                                          Espirdo
                                                             Iglesia de San Pedro Apostol

                                                                  Iglesia de Brieva

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