Hace unos días, el Señor Otoño nos regaló una de esas mañanas de un cielo tan azul como los de los ojos de la princesa de nuestros sueños, aproveché para hacer  una visita al río Pirón, a un paraje llamado Covatillas. Yo llego a él pasando por el pueblo de Torrreiglesias donde siempre dejo una mirada de admiración al pasar junto a su preciosa iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, sus metopas de geometrías imposibles son un alarde de un buen hacer y si mucho no me equivoco por unas manos mozárabes.
Cruzando el pueblo con dirección al frontón de pelota y entre la ermita del Humilladero y una nueva edificación, sale un camino de buen firme, entre tierras de labor, que nos llevará a Covatillas, que está a unos cuatro kilómetros de distancia.


Las tierras de cereal se acaban bruscamente, un muro verde aparece ante nosotros, allí mismo debemos romper con lo cotidiano y dejarnos llevar, camino abajo, simplemente por nuestros sentidos.
Aunque  la mañana es preciosa está aun todo helado a mi paso, la noche ha sido fría, fría, se alivia un poco el frío con el abrazo caluroso que me dan las encinas por el camino, que me acogen como a un nieto acogen sus abuelos. Siempre cuesta abajo y poquito a poco, según me acerco al valle mis pasos me sumergen en una  historia pasada, creo que algo más esplendorosa que la actual para estos lugares.


Un camino, seguro que lleno de cientos de historias de viajeros, de astutos mercaderes de bolsa repleta y bien guardada, de recelosos ganaderos trasladando sus ganados al mercado, jinetes de briosos corceles, de diligencias con su preciada carga de señoritas de buen ver y adinerados educados caballeros y que a veces se confunden con los que van primeros, y un buen camino que se precie de serlo no puede serlo sin tener un buen bandolero, el Tuerto del Pirón, temible bandolero por estas tierras, cuya reputación se ganó a pulso a mediados del siglo diecinueve:

Mucho ojo con el Tuerto, / que el que le sigue la pista, / fijo que termina muerto, / que es tuerto de doble vista (…). Tened ojo con el Tuerto, / que es ladrón que nunca avisa, / capaz de robar al cura / el copón diciendo misa (…) Mientras existan tocones, / le van a coger al Tuerto… / ¡Por los cojones!”.

Imagen tomada desde la cueva de la Vaquera, al fondo la ermita rupestre de Santiguito, dice la coplilla: Los moros de Losana/ quien lo creyera/que cambiaron el santo/por la pradera

Covatillas es un despoblado del que solo quedan las ruinas de  una casona con sus establos, unas tenadas y un palomar, no por ello deja de ser un lugar sugerente, atractivo y cargado de historias, continuo mi camino hasta llegar al puente que se encuentra a unos pasos detrás de la tenada.


Cruzando el puente, que en ocasiones es un puente a la fantasía, no se puede evitar una mirada al río, el pequeño Pirón, a pocos pasos, a mano izquierda, entre nogales, encontramos la fuente de Covatillas, un rincón evocador, precioso y preciso momento en el que llego, un velo de aliento de la noche aun tamiza la fuente que con una brisa oportuna se despeja y deja ver los leones que vomitan vida allá por donde pase, el sol, gran alquimista, aparece por encima de la ladera convirtiendo los prados, brillantes como la plata, en verde color esperanza, y deja pequeños brillantes colgados donde se guardan todos los colores del arcoíris, noto que alguien me mira al alejarme, vuelvo la mirada a la fuente pero no veo a nadie, a veces la mente nos la juega pero juraría que alguien me miraba. Dicen que estos parajes están habitados por seres fantásticos pero que no conviven con los humanos adultos, pero perjuraría que cuando he mirado atrás he visto chapotear en la fuente a un ser precioso, creo que les llamaban los muy antiguos Xanas.

Con un pequeño murmullo recorre el pequeño río Pirón este lugar

Continuo mi caminar río arriba hasta llegar a la ermita de Santiaguito, un caminar tranquilo y respetuoso, encerrado un poco en ese paisaje donde el silencio solo se rompe en contadas ocasiones con el rumor del agua al abrirse paso entre los guijarros del cauce, ¡y esos árboles! huecos, viejos, rugosos, que vemos como guardianes a lo largo del cauce del Pirón, dicen que en sus huecos carcomidos por el tiempo se esconden otros seres, las Dríades, aun tan bellas como las Xanas que creí ver en la fuente.
Y dicen también que por la noche, estas rocas que encuentro a mi paso, se transforman en trolls, que guardan y protegen al pequeño río Pirón y llegando el día vuelven a ser rocas, por eso no parecen estar siempre en el mismo lugar y creo que hasta un ruido que he oído sería algún ronquido, ¡dulces sueños!.
Desde Santiaguito busco el paso donde vadear el río y llegar a la cueva de la Vaquera o Fuentedura, hace años que me adentré en sus oscuras galerías y sentí las frías aguas subterráneas de una de sus galerías. La cueva de la Vaquera fue cuna de nuestros antepasados y también su descanso, casi eterno, pues siglos atrás una crecida de aguas subterráneas alteró un poco su descanso eterno, esparciendo sus restos por casi  toda la cueva, después llegaron en nuestro siglo algunas intervenciones arqueológicas.
Muy cerca de allí desemboca en el río Pirón el río Viejo, por un puente de madera cruzo y sigo mi caminar barranco arriba, pretendo llegar a la torca y tal vez hasta el lugar que llaman el rincón de Máximo. Me acompaña en mi caminar mi amiga la Dama Soledad, es de pocas palabras pero da mucho que pensar con su silencio eterno, me asombra siempre la naturaleza con su perfecto equilibrio que consigue con su continua contradicción desde que el planeta existe, en la humanidad seria interesante encontrar nuestro polo opuesto mas que recurrir a la complicidad, esto lo dejo ahí por si alguien me entiende, cosa que no consigo ni yo mismo algunas veces.
A veces, con nuestros pasos despertamos su curiosidad y abren sus grandes ojos las criaturas fantásticas, para después cerrarlos y volver a soñar, ¡bah, un humano!

El río Viejo guarda aun silencio, no quiere despertar al pequeño moro que duerme en su lecho eternamente

Es un rato de paseo este del Rio viejo, pero es agradable y suave, dejo atrás la cueva de los Pedrones, lleva su nombre, pues ahí se refugiaba la banda los Pedrones, unos malvados que atemorizaban a los habitantes de los pueblos de los alrededores, la Cueva el Moro, dentro de ella se encuentra la Cuna del Moro, y en el otro margen otra cueva, la de los Murcielaguillos, protegida con una verja.
La Torca está en la ladera, casi en todo lo alto, es curiosa nuestra naturaleza, hasta extraña a veces, pero siempre sorprendente.
Un rato más de paseo por el valle del río Viejo y llegamos al Rincón de Máximo, (pero eso lo dejamos para otra ocasión) desde donde volveremos a nuestro lugar de partida, no sin antes hacer un recorrido por la pequeña historia del Rincón de Máximo.

La tierra abre sus fauces, algún esqueleto queda de su ultima merienda, pero no temáis hasta que las cierre de nuevo, todavía tenemos otra oportunidad para respetarla