Esa tarde, ya calurosa de primavera, el buen mozo, cogiendo el azadón, y las alforjas colgándoselas sobre el hombro, montó en su bici y se encaminó a las viñas, a unos 3 Km del pueblo y linderas con las de su vecino pueblo. Era momento de cavarlas y nutrir esas arenas para luego tener buena cosecha de uva para hacer ese vino de pijacha que contentaba las tardes del aburrido invierno y acompañaba comidas y meriendas, entre amigos, en la bodega. El camino se le hacía pesado, malditas las ganas que tenía, pero el genio del padre obligaba, refunfuñando y a trompicones llegó a las viñas y ni largo ni vivo, sino todo lo contrario, corto y perezoso, allí mismo, bajo la sombra de ese pino, continuó la siesta de la que su padre le levantó hacía un rato, y así hasta que se puso el sol y a casa. La tarde siguiente más de lo mismo y las demás pues más de lo mismo. Tenía engañados a todos, pero su padre, espabilao él, se dio cuenta de que todos los días traía la botella del vino entera -"!Poco reseco pasa este año el mozo, algo pasa!"- Ya sabéis, se sabe más por viejo que por pellejo y, no estando el chaval, se fue por la viña y claro viendo que nada estaba cavado.... -"¡la que le espera con el cinturón esta noche, que se vaya preparando!"-. -"Bueno Juan, hoy me pasé por las viñas y, después de cuatro tardes que llevas, eso sigue igual que el año pasado, te vas a enterar tu de lo que es bueno"- (poniéndose en pie para soltarse el cinturón) y el zagal, vivo como un gitano, -"pero padre si ya tenía todo cavado, a ver si nos han robado lo cavao los del pueblo vecino"-.
Desde entonces a los del pueblo de al lado se les nombra a veces por "los que roban lo cavao".

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